Hemos concluido nuestra primera semana de vida en común en la oración, el trabajo y la recreación. Este primer núcleo de labores ha tenido por centro el informe que el Ministro general, Fr. José Rodríguez Carballo, ha expuesto a la asamblea de capitulares. A lo largo de tres jornadas, Fr. José ha ido presentando su conocimiento del estado actual de la vida en las distintas entidades de la Orden. El parecer común es que ha sido un informe objetivo, realista y sugestivo. El Ministro general, durante los seis años de su servicio, ha visitado personalmente casi todas las Provincias, Custodias y Fundaciones que la Orden tiene en el mundo. Junto a su conocimiento personal, el Ministro se ha servido de los informes de los Visitadores generales, que, en su nombre, han visitado a las entidades para la preparación de sus tiempos fuertes capitulares.
Como consecuencia de este conocimiento, el informe del Ministro está recorrido, de principio a fin, por una cadena de sugerentes posibilidades de futuro, muchas de las cuales han prendido en el espíritu de la asamblea de los hermanos, y, sin lugar a dudas, quedarán reflejadas en las proposiciones finales de este Capítulo general. El trabajo realizado en los distintos grupos lingüísticos ha enriquecido, si cabe, aún más, el ya rico informe del Ministro. Los desafíos que esperan a nuestra Orden a pie de calle tienen mucho que ver con las relaciones interpersonales, es decir, con la calidad de nuestra vida fraterna, con nuestro posicionamiento en el cuerpo de la Iglesia, es decir, con el discernimiento acertado de las fronteras de la evangelización, y con nuestra ubicación en el claustro del universo mundo, es decir, con la apropiación de actitudes y compromisos para el sostenimiento integral de la creación.
No todo lo nuestro es pura reflexión. Esta semana ha tenido también una experiencia del lado de los símbolos. Una de las tardes hemos subido al convento de San Damián –quizá con el deseo de acercarnos a la experiencia de Francisco en su encuentro con Cristo- y hemos celebrado una liturgia. Ceremonia que quería ser expresión de dos actitudes que son piedra angular de todo crecimiento personal y comunitario: el perdón y el agradecimiento. Tras ochocientos años de historia franciscana, ¡cuánto hemos de agradecer y cuánto perdón tenemos que suplicar! Como memoria de tantos años de vida hemos iniciado nuestra “peregrinación” desde las afueras del santuario, “vestidos” de ceniza en nuestras cabezas como reconocimiento humilde de las sombras que han acompañado nuestro caminar histórico. Llegados desde el claustro de la vida al claustro interior, reunidos en torno a la Palabra, acompañados de la presencia de Clara de Asís, hemos hecho una fiesta de acción de gracias porque reconocemos también que los dones no son nuestros, sino del Omnipotente y Altísimo Señor, a quien debemos la alabanza, la gloria y el honor.
Esta liturgia se ha completado con el abrazo de los hermanos que moran en San Damián, con su acogida fraterna y la oferta de su evangélico vaso de agua, que nos ha dispuesto para el regreso a Santa María de los Ángeles.
1 de junio de 2009
Fr. Saturnino Vidal Abellán
Como consecuencia de este conocimiento, el informe del Ministro está recorrido, de principio a fin, por una cadena de sugerentes posibilidades de futuro, muchas de las cuales han prendido en el espíritu de la asamblea de los hermanos, y, sin lugar a dudas, quedarán reflejadas en las proposiciones finales de este Capítulo general. El trabajo realizado en los distintos grupos lingüísticos ha enriquecido, si cabe, aún más, el ya rico informe del Ministro. Los desafíos que esperan a nuestra Orden a pie de calle tienen mucho que ver con las relaciones interpersonales, es decir, con la calidad de nuestra vida fraterna, con nuestro posicionamiento en el cuerpo de la Iglesia, es decir, con el discernimiento acertado de las fronteras de la evangelización, y con nuestra ubicación en el claustro del universo mundo, es decir, con la apropiación de actitudes y compromisos para el sostenimiento integral de la creación.
No todo lo nuestro es pura reflexión. Esta semana ha tenido también una experiencia del lado de los símbolos. Una de las tardes hemos subido al convento de San Damián –quizá con el deseo de acercarnos a la experiencia de Francisco en su encuentro con Cristo- y hemos celebrado una liturgia. Ceremonia que quería ser expresión de dos actitudes que son piedra angular de todo crecimiento personal y comunitario: el perdón y el agradecimiento. Tras ochocientos años de historia franciscana, ¡cuánto hemos de agradecer y cuánto perdón tenemos que suplicar! Como memoria de tantos años de vida hemos iniciado nuestra “peregrinación” desde las afueras del santuario, “vestidos” de ceniza en nuestras cabezas como reconocimiento humilde de las sombras que han acompañado nuestro caminar histórico. Llegados desde el claustro de la vida al claustro interior, reunidos en torno a la Palabra, acompañados de la presencia de Clara de Asís, hemos hecho una fiesta de acción de gracias porque reconocemos también que los dones no son nuestros, sino del Omnipotente y Altísimo Señor, a quien debemos la alabanza, la gloria y el honor.
Esta liturgia se ha completado con el abrazo de los hermanos que moran en San Damián, con su acogida fraterna y la oferta de su evangélico vaso de agua, que nos ha dispuesto para el regreso a Santa María de los Ángeles.
1 de junio de 2009
Fr. Saturnino Vidal Abellán
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