viernes, 16 de octubre de 2015

EL CUIDADO DE LA CREACIÓN

Al leer el libro podríamos pensar que nos encontramos ante un libro oportunista, que ha aprovechado el tirón de la encíclica del Papa Laudato siì para hablar de la creación y del cuidado de la naturaleza siendo afín al mensaje del Santo Padre.

Nada más lejos de la realidad, nos encontramos con una obra del año 2007, traducida por franciscanos que han sabido mostrar como la encíclica del Papa se alimenta del mensaje del santo de Asís para ayudarnos a reconocer como debe ser nuestra relación con la creación y en ella nos encontramos con la naturaleza y las personas.

Lo primero que los autores nos presentan es que para ser capaces de entender el cuidado de la creación debemos entender como nos dicen Rahner y Scoto, que Dios crea el universo teniendo la Encarnación en mente. San Francisco no entiende el cosmos tal y como nosotros lo vemos, por ello no podemos nunca hablar de un ecologista y amante de la naturaleza al uso de nuestros ecologistas actuales un tanto demagogos y unidos a las corrientes políticas de siempre, si bien con distinto vestido.

San Francisco escucha la Palabra y la hace vida desde el corazón, por tanto su conversión es una conversión desde la realidad. Por ello, él tiene como punto de partida la Encarnación para llegar a entender que los problemas de la creación son los problemas de conciencia de los hombres de cada época.

Nos encontramos, por tanto con una obra cuya importancia reside precisamente en que saben articular con una línea común una espiritualidad de la creación que incluye estudios medioambientales, teología franciscana y una formación en la fe en relación con la ciencia ecológica.

En la primera parte de la obra se nos quiere mostrar la necesidad de relacionar la creación con la Encarnación. Lo primero que nos muestra es que la tecnología ha traído un impacto tóxico a la creación, lo cual es sinónimo de un mal uso de los recursos. Una   de las grandes tareas que debe tener el franciscanismo es ayudar a la sociedad humana a ser sostenible.

Debemos ser conscientes que la ciencia de la ecología, tal y como se muestra hoy en día no ayuda a encuadrar la creación dentro de una acción mayor y sobre todo nos ayuda a entenderla como lugar de la Encarnación. Para poder relacionarla se necesita una interiorización y sobre todo, comprensión mucho más profunda que llegue al núcleo de la persona humana, y no podemos olvidar que ese algo es Dios.

Por ello, es tan importante la interpretación franciscana que hace de la ecología en su sentido de creación como casa común. De ahí, las palabras de San Buenaventura donde nos recuerda que la persona vive más auténticamente allí donde ama, que donde reside. Se trata en definitiva de un hogar, de entender la creación como un lugar de relación.

San Francisco no confunde la creación con Dios, sabe que es una realidad material, buena y con la que nuestra relación debe entenderse dentro de la presencia de la Encarnación. Por ello, y desde la devoción a María Madre de Dios es lo que le conduce a entender que la casa de Dios es ante todo la “persona humana”.

Scoto, entiende que nada es necesario, sino que la creación se debe comprender como don y gracia de Dios, por lo cual es la razón para cuidarla por ser el lugar de la Encarnación, la cual se observa dentro de la acción generosa de Dios, no por la necesidad del pecado del hombre. En definitiva, si Dios esta vivo en nosotros, entonces vivimos para el mundo de la creación bondadosa de Dios.

Los autores concluyen cada una de las partes de la obra con unos elementos prácticos que nos ayuden no sólo a vivir una ecología vacía de valores sino a vivir una relación con ella desde la espiritualidad y presencia de Dios.

La segunda parte de la obra los autores dan un paso más y nos hacen ver la creación como una familia, donde prima el mundo de relaciones y de respeto mutuo. Por ello, es tan necesaria entender la biodiversidad para anunciar a Cristo siempre que reconozcamos a las criaturas como “hermanos y hermanas”. De ahí que el cambio climático aparezca como la mayor amenaza para la diversidad de la vida y todo lo que conlleva el desplazamiento de los seres de sus ámbitos de vida, desplazamiento que observamos también en las relaciones humanas con la explotación y la persecución de los hombres.

Se necesita en este sentido un ecologismo religioso donde se haga presente la ética y la reflexión comunitaria, se debe cuidar la gestión de los recursos naturales en miras del beneficio humano como de una economía que se aplique desde una visión franciscana.

Desde el franciscanismo, debemos apostar por una simplificación en nuestras vidas que lleve a un uso moderado de los recursos naturales, de tal modo que se esté atento a las necesidades de los demás y de la misma creación.

El Cántico de las criaturas es un canto de la creación, de la fraternidad, es reconocer a Dios como amor que se da hacia los demás, fuera de Él.

Los seres humanos que viven sin relacionarse no viven en armonía con la creación. La cortesía que usaba san Francisco con la débil naturaleza no es otra cosa que el reflejo de su dependencia de la bondad de Dios. Solo se amará a Dios y somos capaces de amar al resto de la creación, la paz de la que habla el Cántico de las criaturas no es lo primero que se consigue sino más bien es la consecuencia de las relaciones fraternas ya que se exige un amor profundo.

Decía Scoto que cuando amamos con justicia y amamos correctamente tratamos las cosas con mayor dignidad, porque nos sentimos amados por Dios. En definitiva, no puede haber sentimiento ecológico si no es desde la presencia de Dios.

La tercera parte de la obra está dedicada a la creación y a la contemplación. La alteración del clima obliga a la sociedad a plantearse la necesidad de un cambio de comportamiento para mantener el soporte de la vida, lleva a la necesidad de un replanteamiento de la relación de la ciencia y de la fe, donde se den necesariamente colaboraciones en la  actuación para lograr la detención de dicho cambio climático.

Se debe trabajar en la superación del miedo y de la codicia que nos lleva al consumo desordenado de los bienes que nos da la creación, retomando la necesidad de la relación con el Creador y su creación.
Ayudará a la respuesta de los problemas medioambientales si se da un retorno a una vida contemplativa, retomar el vínculo de la Encarnación como presencia de Dios entre nosotros y la fuerza de una oración que nos lleve a comprender el equilibrio del uso de las cosas. San Francisco es un hombre contemplativo, él descubre que Cristo santifica la creación y la transforma en “sacramento” de Dios. Como indicará san Buenaventura San Francisco es cointiuivo ya que trae la luz a lo profundo de aquello que en la Escritura revela y esconde a la vez el misterio divino, y Santa Clara a su vez nos muestra la creación como casa de Dios llegando a amar a Dios como encarnado.
El cuidado de la creación desde el pensamiento franciscano nos debe llevar a hacer como san Francisco que reconoce en el leproso al último de la tierra, nosotros debemos descubrir a la creación que sufre y por eso se nos invita a acciones concretas que desde la contemplación nos llevará a nuestros cuidado de la tierra.

La cuarta parte de la obra, nos pide una conversión, todos dejamos una huella ecológica y en función de la conciencia que tengamos seremos capaces de tomar decisiones que nos lleven a evitar un impacto negativo de nuestras decisiones en la naturaleza. De tal modo que venzamos en cierta manera el pecado y la codicia humana.

La tarea ambiental más importante que tenemos por delante es la reducción de los niveles de consumo, no cabe duda que si es necesario una conversión personal, está debe tener siempre una dimensión pública. No podemos olvidar que la labor de trabajar por la sostenibilidad de la creación lleva a los seguidores de san Francisco a restaurar un marco conceptual de relación con el mundo.

Nos recuerdan los autores que únicamente podemos llegar a comprender nuestra relación y vida en medio de la creación si somos capaces de atisbar lo que significa la verdadera pobreza franciscana que no es la privación material o la privación de las cosas esenciales para la vida, sino el reconocer nuestra necesidad que nos vuelve receptores agradecidos. Reconocemos la creación como un regalo máximo del que nos ama y se Encarnó en medio de nosotros. Entender así la pobreza nos lleva a buscar la justicia que trasforma la conversión individual y la reorienta hacia la vida compartida en la comunidad.

En definitiva, un libro muy necesario para leer al lado de la encíclica del Papa Francisco, y sobre todo para darle un sentido a la ecología desde la Encarnación y el pensamiento franciscano.


 El cuidado de la creación. Una espiritualidad franciscana de la tierra. Delio, I.-Warner K.-Wood, P. Ed. Arantzazu, Oñati 2015.

viernes, 2 de octubre de 2015

El Sínodo de Obispos que viene



Nos acercamos al inicio de la próxima asamblea ordinaria del Sínodo de Obispos, esta vez dedicado a la familia. Y para ello, conviene que le demos un repaso al instrumentum laboris para darnos cuenta de lo que verdaderamente se busca en este gran acontecimiento eclesial.

Lo podemos dividir en dos bloques, uno la tarea que debe ser capaz de afrontar la misma Iglesia. A ella y, en definitiva, a cada uno de los que la formamos se nos pide que sepamos valorar la importancia de la familia para la vida de la Iglesia y de la sociedad. Los cristianos tenemos que recuperar el valor de la acogida, de la ternura, de la importancia de tener presentes los problemas de los hermanos que viven a nuestro alrededor y que no son problemas individuales sino que tienen su incidencia en la familia. Esto nos lleva a recordar que la Iglesia es universal y las familias cristianas tienen problemas distintos, ya en el contexto europeo, americano, africano y, sobre todo, en el medio oriente donde el problema del islamismo extremo está condenando a muerte a familias enteras por el mero hecho de ser cristianos o, como sucede en Siria y en algunos países africanos, al abandono de sus hogares, de su tierra y de su historia.

La comunidad eclesial no puede permanecer indiferente ante el maltrato que sufre la mujer en muchos países, donde ellas son las que llevan todo el peso de la familia, la educación y manutención de los hijos. Para ellas, la Iglesia debe ser un lugar de esperanza y, sobre todo, de justicia.

Unido a ello, las propias familias necesitan hacerse visibles en el mundo y, sobre todo, desde el ambiente eclesial. Se pide a las familias que recuperen el papel de educadoras en todos los niveles empezando por el de la afectividad en el cual se hará posible la creación de un cuerpo que sepa hacer frente a la cultura hedonista del “todo vale”. Si hay disfunciones afectivas y sexuales en nuestra sociedad es porque la familia ha relegado la formación afectiva de sus miembros a otras instituciones ajenas a la familia.

Además, desde las familias, se debe cuidar la preparación y formación a los sacramentos de iniciación cristiana, desde ellas y como tarea, todos sus miembros, deben vivir la fe y crecer en la vivencia de la misma.

Para ello, se necesita la formación y preparación de aquellos que se acercan al matrimonio y una preparación que no se conforme con la preparación próxima al sacramento que, en muchas ocasiones, está excesivamente condicionada al momento ya prefijado de la celebración, sino más bien una preparación remota que tenga su origen en la preparación a los sacramentos de iniciación, que continúe con la preparación próxima y, muy a tener en cuenta, una preparación que tenga presente el acompañamiento de los matrimonios jóvenes que se ven en dificultades al poco tiempo de celebrar el sacramento del matrimonio. De esta forma, estaremos formando familias cristianas que revitalicen la vida de la Iglesia y sobre todo su presencia en la sociedad, al fomentar el asociacionismo católico.

Por último, se recuerda a los Padres sinodales la importancia que siempre han tenido las familias en las vocaciones tanto a la vida sacerdotal y consagrada, el vocacionado se debe sentir acompañado por sus familias y, sobre todo, se debe fomentar la relación con el mundo femenino, lo cual ayudará a una formación completa en una afectividad bien asumida.

En definitiva, el Sínodo no sólo reflexionará en torno a la situación ante los sacramentos de los divorciados vueltos a casar, -de lo que ya hemos hablado en un post anterior-, ni tampoco únicamente sobre la agilidad de los tribunales a la hora de estudiar las causas de declaración de nulidad matrimoniales. 

Sino que, un Sínodo sobre la familia en estos tiempos, es necesario para revitalizar la familia, redescubrirla como ámbito para vivir la fe y educar en la misma a sus miembros y, sobre todo, para que, recuperando los valores propios de esta, sea capaz de volver a ser célula de la sociedad y engendradora de nuevos criterios de actuación de los hombres y mujeres de nuestro tiempo donde la acogida y la solidaridad sean los elementos claves que lleven a un mundo más justo y lleno de esperanza, aportados desde la comunidad católica.