Al leer el libro podríamos pensar que nos encontramos ante
un libro oportunista, que ha aprovechado el tirón de la encíclica del Papa
Laudato siì para hablar de la creación y del cuidado de la naturaleza siendo
afín al mensaje del Santo Padre.
Nada más lejos de la realidad, nos encontramos con una obra
del año 2007, traducida por franciscanos que han sabido mostrar como la
encíclica del Papa se alimenta del mensaje del santo de Asís para ayudarnos a
reconocer como debe ser nuestra relación con la creación y en ella nos
encontramos con la naturaleza y las personas.
Lo primero que los autores nos presentan es que para ser
capaces de entender el cuidado de la creación debemos entender como nos dicen
Rahner y Scoto, que Dios crea el universo teniendo la Encarnación en mente. San
Francisco no entiende el cosmos tal y como nosotros lo vemos, por ello no
podemos nunca hablar de un ecologista y amante de la naturaleza al uso de
nuestros ecologistas actuales un tanto demagogos y unidos a las corrientes
políticas de siempre, si bien con distinto vestido.
San Francisco escucha la Palabra y la hace vida desde el
corazón, por tanto su conversión es una conversión desde la realidad. Por ello,
él tiene como punto de partida la Encarnación para llegar a entender que los
problemas de la creación son los problemas de conciencia de los hombres de cada
época.
Nos encontramos, por tanto con una obra cuya importancia
reside precisamente en que saben articular con una línea común una
espiritualidad de la creación que incluye estudios medioambientales, teología
franciscana y una formación en la fe en relación con la ciencia ecológica.
En la primera parte de la obra se nos quiere mostrar la
necesidad de relacionar la creación con la Encarnación. Lo primero que nos
muestra es que la tecnología ha traído un impacto tóxico a la creación, lo cual
es sinónimo de un mal uso de los recursos. Una de las grandes tareas que debe tener el franciscanismo
es ayudar a la sociedad humana a ser sostenible.
Debemos ser conscientes que la ciencia de la ecología, tal y
como se muestra hoy en día no ayuda a encuadrar la creación dentro de una
acción mayor y sobre todo nos ayuda a entenderla como lugar de la Encarnación.
Para poder relacionarla se necesita una interiorización y sobre todo,
comprensión mucho más profunda que llegue al núcleo de la persona humana, y no
podemos olvidar que ese algo es Dios.
Por ello, es tan importante la interpretación franciscana
que hace de la ecología en su sentido de creación como casa común. De ahí, las
palabras de San Buenaventura donde nos recuerda que la persona vive más
auténticamente allí donde ama, que donde reside. Se trata en definitiva de un
hogar, de entender la creación como un lugar de relación.
San Francisco no confunde la creación con Dios, sabe que es
una realidad material, buena y con la que nuestra relación debe entenderse
dentro de la presencia de la Encarnación. Por ello, y desde la devoción a María
Madre de Dios es lo que le conduce a entender que la casa de Dios es ante todo
la “persona humana”.
Scoto, entiende que nada es necesario, sino que la creación
se debe comprender como don y gracia de Dios, por lo cual es la razón para cuidarla
por ser el lugar de la Encarnación, la cual se observa dentro de la acción
generosa de Dios, no por la necesidad del pecado del hombre. En definitiva, si
Dios esta vivo en nosotros, entonces vivimos para el mundo de la creación
bondadosa de Dios.
Los autores concluyen cada una de las partes de la obra con
unos elementos prácticos que nos ayuden no sólo a vivir una ecología vacía de
valores sino a vivir una relación con ella desde la espiritualidad y presencia
de Dios.
La segunda parte de la obra los autores dan un paso más y
nos hacen ver la creación como una familia, donde prima el mundo de relaciones
y de respeto mutuo. Por ello, es tan necesaria entender la biodiversidad para
anunciar a Cristo siempre que reconozcamos a las criaturas como “hermanos y
hermanas”. De ahí que el cambio climático aparezca como la mayor amenaza para
la diversidad de la vida y todo lo que conlleva el desplazamiento de los seres
de sus ámbitos de vida, desplazamiento que observamos también en las relaciones
humanas con la explotación y la persecución de los hombres.
Se necesita en este sentido un ecologismo religioso donde se
haga presente la ética y la reflexión comunitaria, se debe cuidar la gestión de
los recursos naturales en miras del beneficio humano como de una economía que
se aplique desde una visión franciscana.
Desde el franciscanismo, debemos apostar por una
simplificación en nuestras vidas que lleve a un uso moderado de los recursos
naturales, de tal modo que se esté atento a las necesidades de los demás y de
la misma creación.
El Cántico de las criaturas es un canto de la creación, de
la fraternidad, es reconocer a Dios como amor que se da hacia los demás, fuera
de Él.
Los seres humanos que viven sin relacionarse no viven en
armonía con la creación. La cortesía que usaba san Francisco con la débil
naturaleza no es otra cosa que el reflejo de su dependencia de la bondad de
Dios. Solo se amará a Dios y somos capaces de amar al resto de la creación, la
paz de la que habla el Cántico de las criaturas no es lo primero que se
consigue sino más bien es la consecuencia de las relaciones fraternas ya que se
exige un amor profundo.
Decía Scoto que cuando amamos con justicia y amamos
correctamente tratamos las cosas con mayor dignidad, porque nos sentimos amados
por Dios. En definitiva, no puede haber sentimiento ecológico si no es desde la
presencia de Dios.
La tercera parte de la obra está dedicada a la creación y a
la contemplación. La alteración del clima obliga a la sociedad a plantearse la
necesidad de un cambio de comportamiento para mantener el soporte de la vida, lleva
a la necesidad de un replanteamiento de la relación de la ciencia y de la fe,
donde se den necesariamente colaboraciones en la actuación para lograr la detención de dicho cambio
climático.
Se debe trabajar en la superación del miedo y de la codicia
que nos lleva al consumo desordenado de los bienes que nos da la creación,
retomando la necesidad de la relación con el Creador y su creación.
Ayudará a la respuesta de los problemas medioambientales si
se da un retorno a una vida contemplativa, retomar el vínculo de la Encarnación
como presencia de Dios entre nosotros y la fuerza de una oración que nos lleve
a comprender el equilibrio del uso de las cosas. San Francisco es un hombre
contemplativo, él descubre que Cristo santifica la creación y la transforma en
“sacramento” de Dios. Como indicará san Buenaventura San Francisco es
cointiuivo ya que trae la luz a lo profundo de aquello que en la Escritura
revela y esconde a la vez el misterio divino, y Santa Clara a su vez nos
muestra la creación como casa de Dios llegando a amar a Dios como encarnado.
El cuidado de la creación desde el pensamiento franciscano
nos debe llevar a hacer como san Francisco que reconoce en el leproso al último
de la tierra, nosotros debemos descubrir a la creación que sufre y por eso se
nos invita a acciones concretas que desde la contemplación nos llevará a
nuestros cuidado de la tierra.
La cuarta parte de la obra, nos pide una conversión, todos dejamos
una huella ecológica y en función de la conciencia que tengamos seremos capaces
de tomar decisiones que nos lleven a evitar un impacto negativo de nuestras
decisiones en la naturaleza. De tal modo que venzamos en cierta manera el
pecado y la codicia humana.
La tarea ambiental más importante que tenemos por delante es
la reducción de los niveles de consumo, no cabe duda que si es necesario una
conversión personal, está debe tener siempre una dimensión pública. No podemos
olvidar que la labor de trabajar por la sostenibilidad de la creación lleva a
los seguidores de san Francisco a restaurar un marco conceptual de relación con
el mundo.
Nos recuerdan los autores que únicamente podemos llegar a
comprender nuestra relación y vida en medio de la creación si somos capaces de
atisbar lo que significa la verdadera pobreza franciscana que no es la
privación material o la privación de las cosas esenciales para la vida, sino el
reconocer nuestra necesidad que nos vuelve receptores agradecidos. Reconocemos
la creación como un regalo máximo del que nos ama y se Encarnó en medio de
nosotros. Entender así la pobreza nos lleva a buscar la justicia que trasforma
la conversión individual y la reorienta hacia la vida compartida en la
comunidad.
En definitiva, un libro muy necesario para leer al lado de
la encíclica del Papa Francisco, y sobre todo para darle un sentido a la
ecología desde la Encarnación y el pensamiento franciscano.
Precioso y aclarador resumen
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