sábado, 23 de julio de 2016

La Vida Contemplativa y la renovación del Papa Francisco



Tras mucho tiempo anunciándolo, por fin se ha hecho realidad la Constitución apostólica Vultum Dei quaerere. Y como siempre pasa, se esperaba con tantas ganas que de entrada podría parecer un documento bastante liviano y tan general que nos deja a la espera de concreciones e instrucciones que lo desarrollen con mayor amplitud.

Sin embargo, una vez que se lee con detenimiento nos encontramos con un texto que sitúa la vida contemplativa en su lugar en la Iglesia y en el mundo.

De entrada, lo importante y que da un papel dentro de la Iglesia a la vida contemplativa, no es la clausura, sino la “búsqueda del rostro de Dios”. La principal diferencia con los anteriores documentos que hablaban de las monjas, remarcando que lo importante era la clausura, se recupera el auténtico sentido de la vida contemplativa.

A partir de aquí, elementos muy interesantes como el señalar que la vida contemplativa debe ser un faro para nuestro mundo, no solo para la Iglesia sino para el mundo que busca sin mirar. Su entrega a Dios por las hermanas no las lleva a olvidar la realidad y sufrimiento de los hombres y mujeres de nuestro mundo. Por ello, la insistencia tanto en la parte introductoria como en la dispositiva sobre la necesidad de compartir los momentos de oración importantes, como son la Eucaristía, la adoración ante el Santísimo, con el pueblo para mostrar esa búsqueda, ese encuentro con Cristo.

Pero sorprende más, la imperiosa necesidad e insistencia de que las monjas en su monasterio trabajen, como signo de compartir con los más pobres el que haya que trabajar para poder vivir.

Muy importante, la necesidad de las hermanas dedicadas a la formación para que se formen, se necesitan hermanas preparadas. Porque la escasez de vocaciones no puede hacer que el discernimiento vocacional y espiritual se olvide y todas las jóvenes que llamen a la puerta de los monasterios se les permita ingresar sin un acompañamiento realizado por las hermanas en el cual descubran la grandeza de la vida contemplativa en un carisma concreto. 

De ese modo también se insiste que el discernimiento debe ser realizado por cada monasterio o las hermanas encargadas por la Federación dentro de un mismo carisma, pero evitar que el discernimiento lo hagan personas (sacerdotes, consagrados, catequistas) que no forma parte de la vida del monasterio ni entienden lo que es la vida contemplativa. La llamada primera es de Dios y el acompañamiento de las hermanas.

Fruto de la escasez de vocaciones y en la necesidad de ser testimonio, la insistencia de evitar el buscar vocaciones de otros países con el único fin de mantener monasterios, es una problemática que se debe atajar y que el Santo Padre corta de raíz.

Un nuevo gran elemento que aporta el documento, es la necesidad de la federación de los monasterios. Las federaciones deben ser una herramienta para salvar la autonomía, la necesidad de una formación conjunta, la valoración de monasterios con un número exiguo  de hermanas y mayores en edad que ya no dan testimonio de lo que debe ser la vida contemplativa los cuales gracias a las federaciones pueden revitalizarse o cerrarse, si no hay más remedio.

En definitiva no es un documento cerrado sino todo lo contrario es un documento abierto a la reflexión de cada monasterio, que a partir de ahora debe tomar una determinación concreta hacia donde caminar en los elementos esenciales de la vida contemplativa que marca el Papa Francisco, y con la aprobación de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica deberán hacer realidad en instrucciones o reglamentos posteriores, que lleve a la modificación de los estatutos y reglamentos de los monasterios.

Como posible pega y que también es un valor positivo es que la parte dispositiva del documento, desde el derecho canónico, puede ser considerada como demasiado general y en derecho las cosas tan abiertas pueden llevar a confusión en su interpretación.


Por ello se hace necesario que las comunidades monásticas se pongan a la tarea que les indica el Papa Francisco y lleven a cambio la renovación de la Vida Contemplativa desde esa búsqueda del rostro de Dios, siempre en la Iglesia y sin olvidar el mundo, pero sin perder la centralidad de una vida dedicada a la oración en el encuentro con el Resucitado

jueves, 21 de abril de 2016

La verdadera misericordia



            Estimados amigos, este mes os invito a leer un libro que nos introduce en el Año de la Misericordia desde la experiencia de san Francisco de Asís. Es un ensayo del profesor Francisco Martínez Fresneda, franciscano y profesor del Instituto Teológico de Murcia OFM en torno a la carta que san Francisco dirige a un Ministro.
            Esta recomendación viene dada porque muchas veces nos dedicamos a buscar fuera de nuestra espiritualidad elementos que tenemos en nuestra propia familia y que hace que esta Carta sea el mensaje más evangélico que sobre la misericordia se haya podido enseñar.
            El estudio que hace el autor de la carta eminentemente es cristológico, no puede ser de otra forma ya que san Francisco tiene a Cristo en el centro de su vida y así quiere que sus hermanos lo vivan también. Por eso le recuerda al hermano que su vida en semejanza con Cristo lleva consigo el sufrimiento que le viene de fuera ante la incomprensión e incluso de sus mismos hermanos, también Cristo soporta este sufrimiento como signo de fidelidad al amor del Padre de una vida entregada por los demás.
            Esta respuesta no es sino la obediencia del Hijo al Padre que incluye la libertad que decide asumir el sufrimiento y la entrega por el otro, mostrando como lo ve el pensamiento franciscano una dimensión de servicio personal y social. Por tanto, la obediencia es signo de una relación de amor, a la que san Francisco invita al Ministro en su relación con los hermanos. Relación que sólo cabe que sea amorosa, de ahí que la reflexión sobre la primera parte termine hablando de la gracia: “quien no ama no ha conocido a Dios”.
            La segunda parte nos introduce en el amor y la contemplación: a pesar del sufrimiento, la recomendación de san Francisco no puede ser otra cosa que el amor y amar como Dios nos ama. Y un amor que no implica el abandono de la realidad sino todo lo contrario, una implicación doble del hombre a Dios y de Dios hacia el hombre.
            Situados en la creación y en la historia humana, san Francisco parte de una transformación personal que le lleva a seguir a Cristo pobre y crucificado. Seguimiento que implica una renovación en la vida personal sin tener que huir sino más bien asumiendo a las criaturas como buenas por ser criaturas del Creador.
            Esta visión de la creación conduce a la vida fraterna del mundo y los hombres no solo como don de Dios sino como actitud que exige el dominio personal de la soberbia y el orgullo, de tal modo que los hermanos manifiesten la humildad en su vida y palabras.
            La tercera parte de la Carta es la dedicada a la Misericordia que el Ministro debe tener siempre con el hermano díscolo, para ello el autor nos habla del triple movimiento de Dios que lleva a la compasión, consolación y misericordia y que se expresa en san Francisco al hablar de la vida nueva en el Señor, reflejada en la fraternidad lugar de expresión de la experiencia del perdón, y donde la justicia se convierte en inicio de la conversión para aquel que se arrepiente e inicia el camino de la conversión al recibir la misericordia del que lo acoge.
            La Misericordia nunca se puede entender como un acto individual sino comunitario, por ello san Francisco manda reglamentar la vida evangélica, para que nunca se olvide ni la justicia ni el amor misericordioso del Señor, único camino de la salvación.
            En definitiva, una obra importante para este Año de gracia que el Papa Francisco ha dedicado a la misericordia y una mirada a los escritos de san Francisco de Asís para encontrar el verdadero sentido de la misericordia y su expresión entre los hombres y las criaturas con Dios.