Tras mucho tiempo anunciándolo, por fin se ha hecho realidad
la Constitución apostólica Vultum Dei quaerere. Y como siempre pasa, se
esperaba con tantas ganas que de entrada podría parecer un documento bastante
liviano y tan general que nos deja a la espera de concreciones e instrucciones
que lo desarrollen con mayor amplitud.
Sin embargo, una vez que se lee con detenimiento nos
encontramos con un texto que sitúa la vida contemplativa en su lugar en la
Iglesia y en el mundo.
De entrada, lo importante y que da un papel dentro de la Iglesia a la vida contemplativa, no es la clausura, sino la “búsqueda del
rostro de Dios”. La principal diferencia con los anteriores documentos que
hablaban de las monjas, remarcando que lo importante era la clausura, se recupera el auténtico sentido de la vida contemplativa.
A partir de aquí, elementos muy interesantes como el señalar
que la vida contemplativa debe ser un faro para nuestro mundo, no solo para la
Iglesia sino para el mundo que busca sin mirar. Su entrega a Dios por las
hermanas no las lleva a olvidar la realidad y sufrimiento de los hombres y
mujeres de nuestro mundo. Por ello, la insistencia tanto en la parte
introductoria como en la dispositiva sobre la necesidad de compartir los
momentos de oración importantes, como son la Eucaristía, la adoración ante el
Santísimo, con el pueblo para mostrar esa búsqueda, ese encuentro con Cristo.
Pero sorprende más, la imperiosa necesidad e insistencia de
que las monjas en su monasterio trabajen, como signo de compartir con los más
pobres el que haya que trabajar para poder vivir.
Muy importante, la necesidad de las hermanas dedicadas a la
formación para que se formen, se necesitan hermanas preparadas. Porque la
escasez de vocaciones no puede hacer que el discernimiento vocacional y
espiritual se olvide y todas las jóvenes que llamen a la puerta de los
monasterios se les permita ingresar sin un acompañamiento realizado por las
hermanas en el cual descubran la grandeza de la vida contemplativa en un
carisma concreto.
De ese modo también se insiste que el discernimiento debe ser
realizado por cada monasterio o las hermanas encargadas por la Federación
dentro de un mismo carisma, pero evitar que el discernimiento lo hagan personas
(sacerdotes, consagrados, catequistas) que no forma parte de la vida del
monasterio ni entienden lo que es la vida contemplativa. La llamada primera es
de Dios y el acompañamiento de las hermanas.
Fruto de la escasez de vocaciones y en la necesidad de ser
testimonio, la insistencia de evitar el buscar vocaciones de otros países con
el único fin de mantener monasterios, es una problemática que se debe atajar y
que el Santo Padre corta de raíz.
Un nuevo gran elemento que aporta el documento, es la
necesidad de la federación de los monasterios. Las federaciones deben ser una
herramienta para salvar la autonomía, la necesidad de una formación conjunta,
la valoración de monasterios con un número exiguo de hermanas y mayores en edad que ya no dan testimonio de lo
que debe ser la vida contemplativa los cuales gracias a las federaciones pueden
revitalizarse o cerrarse, si no hay más remedio.
En definitiva no es un documento cerrado sino todo lo
contrario es un documento abierto a la reflexión de cada monasterio, que a
partir de ahora debe tomar una determinación concreta hacia donde caminar en
los elementos esenciales de la vida contemplativa que marca el Papa Francisco,
y con la aprobación de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y
Sociedades de Vida Apostólica deberán hacer realidad en instrucciones o
reglamentos posteriores, que lleve a la modificación de los estatutos y
reglamentos de los monasterios.
Como posible pega y que también es un valor positivo es que
la parte dispositiva del documento, desde el derecho canónico, puede ser
considerada como demasiado general y en derecho las cosas tan abiertas pueden
llevar a confusión en su interpretación.
Por ello se hace necesario que las comunidades monásticas se
pongan a la tarea que les indica el Papa Francisco y lleven a cambio la
renovación de la Vida Contemplativa desde esa búsqueda del rostro de Dios,
siempre en la Iglesia y sin olvidar el mundo, pero sin perder la centralidad de
una vida dedicada a la oración en el encuentro con el Resucitado
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