domingo, 23 de febrero de 2014

Sed perfectos como vuestro Padre es perfecto


El evangelio de este VII domingo del tiempo ordinario me invita a una pequeña reflexión acerca de la situación que está viviendo nuestro mundo de falta de perdón y de reconciliación entre hermanos.

Cuando uno ve las calles de Kiev, Caracas, Nantes, y ve los enfrentamientos entre hermanos, únicamente con el deseo de alcanzar el poder, y sobre todo ve que las masas de pueblo que salen a las calles son alentadas por burócratas y fatuos pensadores que nunca pisan las calles sino que se quedan sentados en sus sillones o tras sus mensajes de ordenador, entonces pienso algo está fallando en nuestra gente, cuando muere el inocente que lucha por la libertad y el que se alcanzará con el poder no se mancha la camisa.

Y entonces me viene a la retina la imagen de tres sacerdotes cristianos en medio del fragor de la batalla pidiendo la reconciliación entre los hermanos, veo al sacerdote que confiesa a un hombre por haber golpeado, si no algo más, a su hermano. Y pienso que en esas instantáneas se hace realidad el “Sed perfectos como vuestro Padre es perfecto”.

Pienso que realmente hay hombres y mujeres cristianos que hacen realidad el mensaje de reconciliación, y no sólo en lejanos países, sino también en nuestras ciudades y calles, porque algo de la perfección del Padre ya tienen esas mujeres que ayudan a otras mujeres a dar a luz en medio de muchas y graves dificultades, o aquel que da trabajo y dignidad a quién la perdió desde la pequeña empresa familiar que él tiene, e incluso el que lucha por evitar el desahucio de una familia y a partir de ese momento le ayuda a recobrar la dignidad de persona, y el guardia civil que acoge al emigrante que llega explotado por las mafias y le da una manta y un vaso de caldo.

Muchos de ellos sin darse cuenta lo hacen por que aprendieron de pequeños que ayudar a los demás es un acto de amor y un paso a ser como el Padre. Eso no es otra cosa que la Justicia social que proclama la Doctrina Social de la Iglesia. El que perdona ama y el que ama ve a Cristo en el hermano.

domingo, 2 de febrero de 2014

Vida Consagrada


“Y si quiero ser monja porque el mundo se pone en mi contra, mis compañeras de estudio me dicen que estoy loca y mi familia me dice que me han comido la sesera. Y lo más raro es que pertenezco a una familia cristiana que vive su fe y estudio en un Centro Universitario con un ideario católico.”
Con estas palabras se me acercaba una joven llena de ilusión por responder a la llamada de Dios, hablando con ella fui descubriendo que su deseo no era transformar el mundo con obras ni gastarse toda una vida en orar por el bien del mundo, lo único que deseaba era ser capaz de responder a la llamada de Dios y siendo generosa renunciar a todo por esa bondad que Dios tenía con ella.
En este día de la Vida Consagrada me viene a la cabeza este recuerdo porque esta forma de Vida en la Iglesia en los tiempos que vivimos es la gran desconocida. Ahora la respuesta a Dios está en pertenecer a los nuevos movimientos eclesiales que van a cambiar el mundo llevando la presencia de Dios en la sociedad y la Iglesia.
Pero la Vida Consagrada va mucho más allá, como decía aquella joven, no se trata de cambiar el mundo sino de ser fiel a lo que Dios quiere de nosotros, Él marcará nuestro caminar y nosotros hemos de atrevernos a andar ese camino dejándonos hacer y llevar por Dios para que Él pueda ir saludando a los hombres y mujeres de nuestro tiempo con los que nos crucemos en nuestro caminar, y no sólo desde la tarea asistencial o educativa sino también desde la vida contemplativa que hace de la presencia y el crecimiento de Dios dentro de las personas lo primero de la vida de entrega.
La Vida Consagrada es Iglesia y como tal obra de Dios, y los consagrados tenemos la ingente tarea de llenarnos de Él y al final de nuestros días poder darle las gracias porque lo hemos tenido en nuestros brazos y se lo hemos mostrado con alegría a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.