El evangelio de este VII domingo del tiempo ordinario me
invita a una pequeña reflexión acerca de la situación que está viviendo nuestro
mundo de falta de perdón y de reconciliación entre hermanos.
Cuando uno ve las calles de Kiev, Caracas, Nantes, y ve los
enfrentamientos entre hermanos, únicamente con el deseo de alcanzar el poder, y
sobre todo ve que las masas de pueblo que salen a las calles son alentadas por
burócratas y fatuos pensadores que nunca pisan las calles sino que se quedan
sentados en sus sillones o tras sus mensajes de ordenador, entonces pienso algo está
fallando en nuestra gente, cuando muere el inocente que lucha por la libertad y el que se alcanzará con el poder no se mancha la camisa.
Y entonces me viene a la retina la imagen de tres sacerdotes
cristianos en medio del fragor de la batalla pidiendo la reconciliación entre
los hermanos, veo al sacerdote que confiesa a un hombre por haber golpeado, si
no algo más, a su hermano. Y pienso que en esas instantáneas se hace realidad
el “Sed perfectos como vuestro Padre es perfecto”.
Pienso que realmente hay hombres y mujeres cristianos que
hacen realidad el mensaje de reconciliación, y no sólo en lejanos países, sino
también en nuestras ciudades y calles, porque algo de la perfección del Padre
ya tienen esas mujeres que ayudan a otras mujeres a dar a luz en medio de
muchas y graves dificultades, o aquel que da trabajo y dignidad a quién la perdió
desde la pequeña empresa familiar que él tiene, e incluso el que lucha por
evitar el desahucio de una familia y a partir de ese momento le ayuda a
recobrar la dignidad de persona, y el guardia civil que acoge al emigrante que
llega explotado por las mafias y le da una manta y un vaso de caldo.
Muchos de ellos sin darse cuenta lo hacen por que
aprendieron de pequeños que ayudar a los demás es un acto de amor y un paso a
ser como el Padre. Eso no es otra cosa que la Justicia social que proclama la
Doctrina Social de la Iglesia. El que perdona ama y el que ama ve a Cristo en
el hermano.
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