lunes, 7 de febrero de 2011

Santo Sepulcro y Belén


Ya he regresado a España, sin embargo no quería dejar pasar la ocasión de compartir los dos grandes momentos de esta peregrinación que he tenido la suerte de vivir por los Santos Lugares.
La visita al Santo Sepulcro supuso un gran momento de interiorización de los momentos importantes de nuestra fe. Poder orar ante el lugar donde fue depositado el cuerpo de Nuestro Señor es algo tan entrañable que me cuesta pensar que ningún corazón se pueda quedar frió ante semejante situación. Tuve la gran fortuna de poder estar en dos momentos, uno quizás más rápido cuando todo el grupo visitó el lugar y otro al acabar el Viacrucis, como franciscano pude disponer de algunos minutos más. Visitar dentro de la misma basílica el Calvario y también orar ante el lugar donde fue crucificado Cristo no cabe duda que hacen de esta peregrinación un momento de plenitud.
Pero estos dos grandes acontecimientos los quiero unir con el rezo del Viacrucis, creo que en Jerusalén no ha caído tanta agua desde el día del diluvio, sin embargo los franciscanos con los peregrinos que estaban dispuestos recorrimos el camino de la Vía Dolorosa hasta el Santo Sepulcro, y bajo la lluvia siempre recordaré la sonrisa de satisfacción de una buena mujer que con sus dos bastones y un chubasquero se sentía feliz de poder realizar este ejercicio. Esta es la fe del pueblo que se siente acompañada por Dios y siente su fuerza y amor para superar las dificultades.
Pero como no hay muerte sin nacimiento el poder venerar el lugar donde nació Jesús no tiene tampoco desperdicio, si bien el templo da la sensación de dejadez, lo cuidan los cristianos ortodoxos y deja mucho que desear ese cuidado, pero como lo importante no es el adorno sino el contenido el lugar de Belén y el Campo de los Pastores donde presidí la Eucaristía de ese día no hace sino agrandar el hecho de proclamar todos los días del año el Nacimiento de Jesús, pero sobre todo el reconocer como los pastores que ahora nos corresponde anunciar el nacimiento del Señor desde la sencillez y la humildad de sabernos hijos de Dios a los que el Ángel nos anuncia el nacimiento.
No cabe duda que han sido unos días llenos de intensidad en la vida de la fe, llegue con una forma de pensar sobre los Santos lugares que me han cambiado a lo largo de esta peregrinación, y desde luego que desde hoy la lectura del Evangelio no podrá ser igual, un conjunto de vivencias se harán presentes recordando el camino de fe recorrido estos días.

martes, 1 de febrero de 2011

Primer día en Jerusalén


Hoy es el primer día que hemos visitado Jerusalén. Y desde luego la sensación de la visita ha suscitado sentimientos bien distintos. Por un lado sí se mira desde los edificios no cabe duda que uno piensa que esto no es otra cosa que turismo de santuarios, visitas iglesias construidas en los años 50, muy lejanas a los verdaderos lugares por donde camino Cristo.
Sin embargo, cuando uno se para se da cuenta que lo importante no está en los edificios sino en que esta es la tierra de Jesús, por ella él caminó y predicó, en ella lloró y murió.
Cuando celebras la Eucaristía en la Iglesia del Dominus flevit comprendes porque Jesús lloró al contemplar Jerusalén y vaticinar los sufrimientos de esa ciudad. Desde allí se contempla de un vistazo toda la ciudad y con alguien que cada vez que subía a Jerusalén se agotaba por el sufrimiento que llevaba el continuo enfrentamiento con el poder religioso judío que hacía de su templo un lugar de perdición olvidándose que era la casa de Dios.
Jesús necesita a sus discípulos, con ellos ora, les enseña a orar y en el monte de los olivos comparte su pensamiento y, porque no, critica a aquellos que no muestran el rostro misericordioso de Dios. Cuando uno reza el padre nuestro en la Iglesia de ese nombre, siente que él nos enseña a orar pero a nosotros nos toca enseñar a rezarlo desde el corazón y la sinceridad de nuestra vida de cristianos.
El culmen de la oración en este día es cuando llegas a Getsemaní y en la Iglesia oras en la piedra en la que Jesús sufrió la agonía de sentirse sólo, únicamente acompañado por la presencia silenciosa pero acogedora del Padre. Cuando besas la piedra sientes el frío de la soledad del sufrimiento, pero también la fuerza que a nuestra vida le da la compañía del amor del Padre.
En el Cenáculo, sucede como decía al principio que la obra arquitectónica nada tiene que ver con el lugar donde los apóstoles cenaron y recibieron al Espíritu Santo, pero eso es lo de menos, lo importante es que cuando lees el evangelio de la última cena o de la venida del Espíritu sobre los apóstoles, o la primera aparición de Jesús a todos ellos reunidos, a uno no le importa el edificio, sino que ese es el lugar, es la tierra donde Jesús hizo lo que allí se lee y te lleva a sentir que también nosotros recibimos el Espíritu, recordamos la misión del servicio de anunciar a Cristo ante el cual no podemos, ni debemos callar.
Termina el día en San Pedro in Gallicantu, lugar del palacio de Caifás y allí ves la escala santa que Jesús la noche del Jueves subió y bajo en varias ocasiones, cuando iba al cenáculo, cuando bajó a orar al huerto de los olivos y cuando lo llevaron al palacio de Caifás y de allí al palacio de Pilatos. Esta escalera sí es de la época de Jesús y cuando visitas la cárcel donde Jesús estuvo en algún momento de esa terrible noche y siente de nuevo el frío de la soledad y el abandono de todos, incluidos aquellos que más cerca estaban de él. Cuando entras a ese agujero sólo cabe orar y reconocer las veces que a lo largo de nuestra vida lo dejamos sólo.
En definitiva éste día a los cristianos que visitamos esta tierra nos fortalece y nos debe comprometer a vivir y sobre todo testimoniar todo aquello que Cristo ha hecho por nosotros, porque es en esta tierra donde él nos los dijo por primera vez.