sábado, 19 de octubre de 2013

Los abuelos cobardes de los comunistas de hoy


El pasado domingo día 13 de octubre se celebró la beatificación de 522 mártires que dieron su vida por no renegar de su fe, ni siquiera defendieron su fe porque la fe no se defiende se vive.

Sin embargo esta celebración ha hecho resurgir muchas voces pidiendo que se acalle el testimonio de estos cristianos de cuya muerte no fueron ellos responsables, y sin embargo a sus asesinos nadie les dice que pidan perdón.

Es triste que algunos medios cristianos sean altavoz a estas voces, cuando lo que se debería valorar es el testimonio de una vida construida conforme a la voluntad de Cristo y por ella se dio todo sin reservarse nada.

Hablo en el título del artículo de los abuelos cobardes de los comunistas y anarquistas de ahora porque desde luego es un “acto de valor” asaltar conventos y monasterios de monjas y religiosas que ayudaban a los más necesitados y ultrajarlas sin misericordia, cuando de ellas no se esperaba defensa alguna por sus vidas. Estos cobardes no fueron a luchar por la República o la libertad del pueblo a las trincheras, fueron a por los más indefensos a aquellos cuyo mayor pecado era ir a misa o celebrarla. Pero entre estos cobardes debemos señalar no sólo a los que llegaban a hacer el “paseíllo” a los curas o seglares católicos, sino también a la gente que les señalaba con el dedo a los que llegaban a practicar “su justicia” y se reían al ver como los martirizaban y cerraban las ventanas para no ayudar mientras les disparaban, como le sucedió al beato Antonio Faúndez, ofm.

Estos cobardes son los que deberían pedir perdón no las víctimas cuyo mayor delito era celebrar la Eucaristía o participar de ella, el delito de vivir una fe cierta de la que no renegaron porque sentían la presencia de Cristo y el amor de su Madre la Virgen María por ello su último grito era de alabanza hacia ellos, quizás el último pensamiento estaba en sus padres carnales.

Como dijo el cardenal Amato, en la homilía de la beatificación, estos hombres y mujeres estaban formados para afrontar las dificultades que vivir su fe les trajese, por ello fueron firmes a sus creencias y lo primero que hicieron, y motivo de mayor saña por parte de sus verdugos, fue perdonarles.

El mártir es un ejemplo de fe por cómo vivió su fe y quiso compartirla con aquellos que les arrebataban su vida pero no la certeza de vivir y morir cumpliendo la voluntad de Cristo Rey.

Por ello, los católicos debemos sentirnos orgullosos de nuestros mártires y tomarlos como ejemplo para nuestra vida diaria, animar con nuestra a fe a los hombres y mujeres de nuestro tiempo y para los que quieran vivir escondidos en su cobardía y la de sus antepasados sólo dos cosas: serán un poco menos felices que los demás y ellos se pierden el no atreverse a mirar al frente y sólo pensar en sus pecados pasados.

 

viernes, 4 de octubre de 2013

San Francisco de Asís y la mujer


 
            Hoy el Papa está en Asís y hace unos días sorprendía al mundo hablando de la necesidad de revitalizar el papel de la mujer en la Iglesia. Pensamiento que ya había experimentado y dado sentido San Francisco de Asís.

Hasta el momento de su conversión y sin duda después de ella San Francisco tiene en mucha consideración y necesita el mundo femenino, no solamente como complemento humano sino como reflejo de la presencia de Dios y en muchos casos, como se dio en su relación con Santa Clara, para comprender aquello que Dios le pedía para cumplir su voluntad.

San Francisco no huye de las mujeres como era lo propio de su tiempo, es más descubre en ellas el rostro amoroso de Dios Padre. Como indicaba más arriba, la primera mujer que marcará su vida es su madre, desde luego que él sigue los designios marcados por su padre para bien del negocio, pero es ella la que va llenando el corazón de Francisco de la sensibilidad necesaria para que cuando abra los ojos del cuerpo y del espíritu sea capaz de reconocer en la naturaleza la obra de Dios.

            Los símbolos femeninos de la luna, del agua y de la tierra, no son sino el reflejo de aquellos elementos necesarios para la vida de las personas y que vienen a reflejar también la imagen de Santa Clara, escondida del mundo pero a la vez necesaria para que el mundo siga viviendo. Santa Clara es la segunda gran mujer que marca la vida de San Francisco, es el elemento orante, contemplativo que completa la obra de Dios en el ideal franciscano. Se muestra oculto para el mundo pero a la vez es quien hace crecer la simiente de la entrega radical a Dios.

            Santa Clara es la mujer con la que Francisco desnuda el corazón y muestra las llagas del dolor de la incomprensión pero también el gozo de la fraternidad del amor de Dios. Santa Clara en San Francisco no es una consejera, una amiga, es su otro yo entregado a Dios es la unión de la presencia de Dios en el mundo.

            En Giacoma dei Settesoli, Francisco encuentra la vida seglar que quiere elevar su alma a la santidad. Esta mujer viuda descubre el ideal franciscano, y al mismo hombre de Dios y desea ardientemente ayudarle en su tarea evangelizadora, se dedica a la vida de caridad con todas las dificultades propias de ser mujer en aquel tiempo, viuda y de alta nobleza. Un mundo de contrariedades a las que ella sabe vencer. Giacoma estará junto al santo en el momento de la muerte porque Dios así lo quiere.

            En esta mujer la orden franciscana incorpora el papel de los seglares en el ideal de entrega a Dios, San Francisco observa que no sólo los consagrados son llamados por Dios a la santidad, sino también aquellos que no pueden renunciar a la vida de familia ellos tienen un papel muy destacado en la obra de caridad y santificación del mundo.

            La implicación de los seglares en el mundo no es un “invento” del siglo XX, las Órdenes Terceras que nacen unidas a las grandes Órdenes mendicantes ya lo habían hecho realidad muchos siglos antes, y lo que es más importante desde respetando la propia autonomía y la peculiar idiosincrasia de las mismas sin necesidad de clericalizar al laicado.

            Todo esto nos conduce a la necesidad de descubrir la sonrisa de Dios en el rostro femenino, Francisco siente la tentación pero él no se asusta, mira directamente a los ojos a la mujer porque reconoce en todo ser creado la obra de Dios y descubre en el fondo de cada mirada la presencia de Dios que hace resucitar, tanto carnal como espiritualmente, a toda persona.