El pasado domingo día 13 de octubre se celebró la
beatificación de 522 mártires que dieron su vida por no renegar de su fe, ni
siquiera defendieron su fe porque la fe no se defiende se vive.
Sin embargo esta celebración ha hecho resurgir muchas voces
pidiendo que se acalle el testimonio de estos cristianos de cuya muerte no
fueron ellos responsables, y sin embargo a sus asesinos nadie les dice que
pidan perdón.
Es triste que algunos medios cristianos sean altavoz a estas
voces, cuando lo que se debería valorar es el testimonio de una vida construida
conforme a la voluntad de Cristo y por ella se dio todo sin reservarse nada.
Hablo en el título del artículo de los abuelos cobardes de
los comunistas y anarquistas de ahora porque desde luego es un “acto de valor”
asaltar conventos y monasterios de monjas y religiosas que ayudaban a los más
necesitados y ultrajarlas sin misericordia, cuando de ellas no se esperaba
defensa alguna por sus vidas. Estos cobardes no fueron a luchar por la
República o la libertad del pueblo a las trincheras, fueron a por los más
indefensos a aquellos cuyo mayor pecado era ir a misa o celebrarla. Pero entre
estos cobardes debemos señalar no sólo a los que llegaban a hacer el “paseíllo”
a los curas o seglares católicos, sino también a la gente que les señalaba con el
dedo a los que llegaban a practicar “su justicia” y se reían al ver como los
martirizaban y cerraban las ventanas para no ayudar mientras les disparaban,
como le sucedió al beato Antonio Faúndez, ofm.
Estos cobardes son los que deberían pedir perdón no las
víctimas cuyo mayor delito era celebrar la Eucaristía o participar de ella, el
delito de vivir una fe cierta de la que no renegaron porque sentían la
presencia de Cristo y el amor de su Madre la Virgen María por ello su último
grito era de alabanza hacia ellos, quizás el último pensamiento estaba en sus
padres carnales.
Como dijo el cardenal Amato, en la homilía de la
beatificación, estos hombres y mujeres estaban formados para afrontar las
dificultades que vivir su fe les trajese, por ello fueron firmes a sus
creencias y lo primero que hicieron, y motivo de mayor saña por parte de sus
verdugos, fue perdonarles.
El mártir es un ejemplo de fe por cómo vivió su fe y quiso
compartirla con aquellos que les arrebataban su vida pero no la certeza de
vivir y morir cumpliendo la voluntad de Cristo Rey.
Por ello, los católicos debemos sentirnos orgullosos de
nuestros mártires y tomarlos como ejemplo para nuestra vida diaria, animar con
nuestra a fe a los hombres y mujeres de nuestro tiempo y para los que quieran
vivir escondidos en su cobardía y la de sus antepasados sólo dos cosas: serán
un poco menos felices que los demás y ellos se pierden el no atreverse a mirar
al frente y sólo pensar en sus pecados pasados.
Amén.
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