martes, 19 de marzo de 2013

¡Qué bueno que viniste!

Mucho se ha escrito en apenas cinco días de Pontificado de Su Santidad Francisco, y espero que mucho más se siga escribiendo, sobre todo por la novedad de un Papa, que está cercano al pueblo que les saluda saltándose el protocolo y que les da las buenas noches al estilo de aquel Juan XXIII que en la noche de inauguración del Concilio Vaticano II mando las caricias del Papa a los hijos que dormían en sus casas de los que llenaban la plaza de San Pedro.

Pero de este Papa me gustaría destacar un par de cosas, que como siempre serán tres: la primera fue que junto a él en la logia de San Pedro cuando salió a saludar al Pueblo de Dios se encontraba el Cardenal franciscano Claudio Hummes. No fue casualidad ni tampoco el mero hecho de que él había estado junto al Cardenal Bergoglio sentado en el Conclave sosteniéndolo al verse elegido Pontífice. Lo que allí se hizo palpable fue la unidad de la Iglesia en América. Con independencia de Brasil, Argentina o México la Iglesia vive apoyada y representada por unos pastores que tratan de animar al pueblo en la fidelidad y desde la adversidad.

Otro signo que se rompe en la noche del 13 de marzo en el balcón de San Pedro son los más de cuarenta años de relegar a la Vida Consagrada al ostracismo, casi a la invitación a desaparecer, como si ella, la Vida Consagrada, no haya dado santos que entregaron y entregan su vida por anunciar el Evangelio, anuncio que la Iglesia ha sufrido y sufre de un modo especial en América frente a la pujante influencia de las sectas. El Cardenal Hummes junto al Papa Francisco fue todo signo de superar un tiempo pasado y abrir las puertas de la Iglesia a una nueva realidad eclesial.

El signo final que quiero resaltar es la frase que el Cardenal Hummes le dijo al Papa Francisco. “no te olvides de los pobres”. Los pobres de Dios no son únicamente los que carecen de bienes materiales, esos los tendréis siempre con vosotros, nos dijo Cristo, los pobres de Dios son los que se abandonan a sí mismo para llenarse de Dios, las familias en las que a pesar de las dificultades se aferran a la necesidad de la presencia de Dios en sus vidas. Las madres que enseñan a su hijos a vivir y educarse en los valores del respeto, de la educación, en luchar contra una sociedad que nos dice que todo vale, y no es así, el relativismo es la peor lacra de nuestra vida porque destruye lo que la persona es, diferente unos de otros pero hermanos de un mismo padre.

Ese pobre que desde su pobreza se enfrenta a la riqueza que lo quiere anular a cambio de los bienes materiales, ese pobre que inunda los países de presencia católica y que bien por las sectas, bien por la indiferencia religiosa aleja de Dios, ese es el pobre del que no se puede olvidar el Papa Francisco.

Una última cosa, si queremos un Papa como Francisco no podemos dejarle sólo desde el laicado y desde la Vida Consagrada se nos exige un esfuerzo y compromiso mayores para apoyar y dar coherencia a esta tarea encomendada a este buen hombre. Los cristianos necesitábamos de esta esperanza y renovada ilusión en nuestra vida de cristianos, de católicos. Por ello sólo cabe expresar “¡Qué bueno que viniste!”.

 

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