Pero de este Papa me gustaría destacar un par de cosas, que
como siempre serán tres: la primera fue que junto a él en la logia de San Pedro
cuando salió a saludar al Pueblo de Dios se encontraba el Cardenal franciscano Claudio
Hummes. No fue casualidad ni tampoco el mero hecho de que él había estado junto
al Cardenal Bergoglio sentado en el Conclave sosteniéndolo al verse elegido
Pontífice. Lo que allí se hizo palpable fue la unidad de la Iglesia en América.
Con independencia de Brasil, Argentina o México la Iglesia vive apoyada y
representada por unos pastores que tratan de animar al pueblo en la fidelidad y
desde la adversidad.
Otro signo que se rompe en la noche del 13 de marzo en el
balcón de San Pedro son los más de cuarenta años de relegar a la Vida Consagrada
al ostracismo, casi a la invitación a desaparecer, como si ella, la Vida
Consagrada, no haya dado santos que entregaron y entregan su vida por anunciar
el Evangelio, anuncio que la Iglesia ha sufrido y sufre de un modo especial en
América frente a la pujante influencia de las sectas. El Cardenal Hummes junto
al Papa Francisco fue todo signo de superar un tiempo pasado y abrir las
puertas de la Iglesia a una nueva realidad eclesial.
El signo final que quiero resaltar es la frase que el
Cardenal Hummes le dijo al Papa Francisco. “no te olvides de los pobres”. Los
pobres de Dios no son únicamente los que carecen de bienes materiales, esos los
tendréis siempre con vosotros, nos dijo Cristo, los pobres de Dios son los que
se abandonan a sí mismo para llenarse de Dios, las familias en las que a pesar
de las dificultades se aferran a la necesidad de la presencia de Dios en sus
vidas. Las madres que enseñan a su hijos a vivir y educarse en los valores del
respeto, de la educación, en luchar contra una sociedad que nos dice que todo
vale, y no es así, el relativismo es la peor lacra de nuestra vida porque
destruye lo que la persona es, diferente unos de otros pero hermanos de un
mismo padre.
Ese pobre que desde su pobreza se enfrenta a la riqueza que
lo quiere anular a cambio de los bienes materiales, ese pobre que inunda los
países de presencia católica y que bien por las sectas, bien por la
indiferencia religiosa aleja de Dios, ese es el pobre del que no se puede
olvidar el Papa Francisco.
Una última cosa, si queremos un Papa como Francisco no
podemos dejarle sólo desde el laicado y desde la Vida Consagrada se nos exige
un esfuerzo y compromiso mayores para apoyar y dar coherencia a esta tarea
encomendada a este buen hombre. Los cristianos necesitábamos de esta esperanza
y renovada ilusión en nuestra vida de cristianos, de católicos. Por ello sólo
cabe expresar “¡Qué bueno que viniste!”.
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