En el XXX Aniversario del Martirio de Monseñor Oscar Arnulfo Romero.
24 de marzo de 1980- 24 de marzo de 2010.
24 de marzo de 1980- 24 de marzo de 2010.
Luis Adolfo García Puentes
Hombre encarnado a la espera de la resurrección.
Realmente es un desafío hablar de Monseñor Romero, porque al intentar penetrar en la historia de su vida, de su ministerio pastoral se descubre una fuente inagotable de sabiduría y de encarnación evangélica. Solo quiero aquí hacer algunas reflexiones en torno a su persona.
Monseñor es una figura emblemática para el pueblo salvadoreño. Representa a su gente y su gente se encuentra muy a gusto en él.
En el año sacerdotal, podemos decir que “Monseñor”, (como de forma popular, cariñosa y religiosa llama la gente salvadoreña a Mons. Romero) fue, y es un modelo de pastor[1] que supo encarnarse en su pueblo, con su gente, con su cultura, con las realidades sociales, económicas, políticas y religiosas. Claramente lo expresó en la homilía de la fiesta de la epifanía “La Iglesia en El Salvador ……respeta la índole de los salvadoreños y siendo salvadoreña eleva lo salvadoreño, su historia, sus valores, sus frutos, su trabajo”.[2]
En la gente que le conoció y que vivió de cerca la experiencia de la vida de Monseñor, encuentra uno ese sabor de la sencillez y plenitud con la que vivió, y la que enseñó no solo a los discípulos de Jesucristo, a quienes pastoreaba como Arzobispo de la Arquidiócesis de San Salvador, sino a todo el pueblo salvadoreño.
Tenía como una especie de fuego interior que le quemaba y le lanzaba a buscar la paz para su gente, incluso en estructuras externas de su propio país. Por mencionar una: “Los obispos de España, también, en una carta conjunta de primero de enero; se refieren al problema de la violencia: "sentimos el deber de dirigirnos a vosotros en cuanto podamos ser útiles para la pacificación de nuestro pueblo. "Dios quiera hacer eficaz este ofrecimiento para alcanzar la plena paz!".[3]
Para mí fue y es un verdadero mediador entre Dios y los hombres, que buscó la reconciliación no solo entre los hombres, sino que esta misma reconciliación la vivía como una experiencia y necesidad de la buena relación de los hombres con Dios.
Es para mí, un signo de profunda esperanza de vida, la vida de Monseñor Romero. Su experiencia personal que tenía de Dios conjugada con la experiencia del pueblo salvadoreño de quien fue pastor, le dio a él, el soporte, la valentía, la seguridad y la esperanza de “resucitar en el pueblo salvadoreño”, como él lo afirmaba en sus homilías.
Creo, que no fue casualidad que la fecha de su asesinato fuera el día anterior a la solemnidad de la Encarnación de Jesucristo y que su martirio estuviera temporalmente cercano a la celebración del asesinato del Hijo de Dios y su triunfante resurrección. Para mí, no solo en la experiencia vital se identificó con Jesucristo, sino que tuvo la dicha de participar de la cercanía en la celebración del misterio de nuestra fe.
Hombre encarnado a la espera de la resurrección.
Realmente es un desafío hablar de Monseñor Romero, porque al intentar penetrar en la historia de su vida, de su ministerio pastoral se descubre una fuente inagotable de sabiduría y de encarnación evangélica. Solo quiero aquí hacer algunas reflexiones en torno a su persona.
Monseñor es una figura emblemática para el pueblo salvadoreño. Representa a su gente y su gente se encuentra muy a gusto en él.
En el año sacerdotal, podemos decir que “Monseñor”, (como de forma popular, cariñosa y religiosa llama la gente salvadoreña a Mons. Romero) fue, y es un modelo de pastor[1] que supo encarnarse en su pueblo, con su gente, con su cultura, con las realidades sociales, económicas, políticas y religiosas. Claramente lo expresó en la homilía de la fiesta de la epifanía “La Iglesia en El Salvador ……respeta la índole de los salvadoreños y siendo salvadoreña eleva lo salvadoreño, su historia, sus valores, sus frutos, su trabajo”.[2]
En la gente que le conoció y que vivió de cerca la experiencia de la vida de Monseñor, encuentra uno ese sabor de la sencillez y plenitud con la que vivió, y la que enseñó no solo a los discípulos de Jesucristo, a quienes pastoreaba como Arzobispo de la Arquidiócesis de San Salvador, sino a todo el pueblo salvadoreño.
Tenía como una especie de fuego interior que le quemaba y le lanzaba a buscar la paz para su gente, incluso en estructuras externas de su propio país. Por mencionar una: “Los obispos de España, también, en una carta conjunta de primero de enero; se refieren al problema de la violencia: "sentimos el deber de dirigirnos a vosotros en cuanto podamos ser útiles para la pacificación de nuestro pueblo. "Dios quiera hacer eficaz este ofrecimiento para alcanzar la plena paz!".[3]
Para mí fue y es un verdadero mediador entre Dios y los hombres, que buscó la reconciliación no solo entre los hombres, sino que esta misma reconciliación la vivía como una experiencia y necesidad de la buena relación de los hombres con Dios.
Es para mí, un signo de profunda esperanza de vida, la vida de Monseñor Romero. Su experiencia personal que tenía de Dios conjugada con la experiencia del pueblo salvadoreño de quien fue pastor, le dio a él, el soporte, la valentía, la seguridad y la esperanza de “resucitar en el pueblo salvadoreño”, como él lo afirmaba en sus homilías.
Creo, que no fue casualidad que la fecha de su asesinato fuera el día anterior a la solemnidad de la Encarnación de Jesucristo y que su martirio estuviera temporalmente cercano a la celebración del asesinato del Hijo de Dios y su triunfante resurrección. Para mí, no solo en la experiencia vital se identificó con Jesucristo, sino que tuvo la dicha de participar de la cercanía en la celebración del misterio de nuestra fe.
[1] Les repito lo que dije la otra vez: no me consideren juez ni enemigo. Soy simplemente el Pastor, el hermano, el amigo de este pueblo que sabe de sus sufrimientos, de sus hambres, de sus angustias; y en nombre de esas voces yo levanto mi voz para decir: no idolatren sus riquezas, no las salven de manera que dejen morir de hambre a los demás. Hay que compartir, para ser felices. (Homilía de la epifanía de 1980.)
[2]Ibid.
[3] Idem.
Paz y bien Fr. Miguel Ángel.
ResponderEliminarMonseñor Romero, persona de gran sencillez, tenia tres grandes amores en esta vida.
Su gran amor a Dios, por su Iglesia y por todos los pobres.
Ël defendió y fue consecuente hasta el último momento con lo que amaba y creia profundamente.
Vivió en un pais con muchos conflictos politicos, y sociales.
Él siempre defendió con gran valentía a los mas desprotegidos.
Denunciando en sus homilias los derechos de los campesinos, de los obreros, de los sacerdotes, aún sabiendo que arriesgaba su propia vida.
Esto es amor, dar tu propia vida por los demás, esto es entrega, servicio, sencillez, humildad, él fue capaz de olvidar su propio "Yo", algo que muchas veces nos cuesta realizar, pq es mucho mas facil vivir mirandonos nuestro ombligo, que mirar a nuestro entorno y hacernos responsables de lo que ocurre en él.
Todos cada uno de nosotros, somos responsables de nuestra sociedad, de todo lo que ocurre en ella pq formamos parte de la sociedad que cada uno de nosotros independientemente vamos creand.
Es fácil culpabilizar a los demás de todo lo que ocurre en nuestro alrededor.
Pero me pregunto ¿Y nosotros, que hacemos para que todo vaya mejorando y funcione??
Luchamos por lo que creemos, luchamos por defender a Dios, por defender a los mas necesitados, o somos aveztruces, que escondemos nuestra cabecita y así nos podemos evadir con mas fácilidad de nuestra responsabilidad que como personas católicas y Franciscanas tenemos ante Dios, ante nuestra Iglesia y nuestra sociedad.
No se.. a lo mejor estoy equivocada, pero creo que la gran mayoría nos hemos vuelto egoistas, "mientras nosotros estemos bien, los demás que se busquen la vida" y el resultado de ello, es una Fé muerta, un alejamiento de Dios.
Monseñor Romero, no solo fue un ejmpllo para todos los Salvadoreños, creo que tambien a sido un ejmplo de vida que nos a dejado para el mundo.
Fr. Miguel Ángel, grácias por todo. Paz y bien.
Creo, estimado Luis Adolfo, que en Romero se cumplió lo que los Santos Padres decían: "la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristiano". Los que ejecutaron a Romero, hijos legítimos de los que lo hicieron con Jesús, creyeron haberlo matado, pero en realidad sólo consiguieron sembrar El Salvador, América, el mundo entero, de "Romeros" dispuestos a comprometerse hasta las últimas consecuencias de su fe.
ResponderEliminarEnhorabuena por la reflexión y ánimo para el blogger que tan buenos colaboradores encuentra.
Un saludo y feliz Pascua
Soy una Salvadoreña, que en parte debo mi vocación a Monseñor Romero. Aunque yo solo tenía ocho años cuando le mataron,aún tengo muy vivo en mí ese día.
ResponderEliminarSu presencia de pastor fiel me ha acompañado siempre. Cuando las cosas no me han sido muy favorables, estoy segura que él me ha ayudado desde el cielo.
Puedo decir que me siento hija espiritual de monseñor Romero.
El día de su muerte creí que me quedaba huerfana, pero no es verdad, ha resucitado las ganas de vivir el Evangelio en mí.
Gracias Fr, Miguel por dedicarle un trocito de tu espacio a nuestra gente.