Comenzamos el mes de noviembre con la gran celebración de todos los Santos y la conmemoración de los fieles difuntos y de golpe escuchamos la noticia que en las vísperas de tan grandes celebraciones, son asesinados en Irak un grupo de fieles cristianos con sus sacerdotes que estaban celebrando la Eucaristía, y en Filipinas es asesinado otro sacerdote dedicado a la formación de seminaristas (cfr. www.asianews.it).
Todo ello nos debe conducir a una doble reflexión, la primera que lo que celebramos estos días tiene que estar lleno de la esperanza cristiana en la resurrección, ninguna muerte se queda sin sentido, cada hermano que se va espera el encuentro con Cristo, pero si además su muerte está rodeada del sacrificio por vivir su fe en un ambiente hostil nos lleva a que no hay mayor amor que el que da su vida por los demás, y el amor es lo que Cristo nos vino a traer, el amor que el Padre nos tiene y que nosotros en nuestra vida tenemos que saber devolverle amando a los demás. Espera para él y esperanza para los que creemos en Dios Padre.
Pero además en nuestra vida cristiana la oración debe ser el motor de todo lo que hagamos, oración que realizaban nuestros hermanos cuando el salvaje terrorismo islamista les vino a visitar, celebraban el sacramente del amor, de la Eucaristía, ellos oraban y oran por cada uno de nosotros y esa oración es la que nosotros elevamos a Dios por ellos, por sus familias, por sus asesinos.
La oración y la esperanza son valores cristianos que deben movernos en estos días a recordar a tantos hermanos nuestros que están dando su vida por su fe y que apenas llegamos a conocer. Sólo cuando vives con alguien que ha perdido a su familia en una guerra, a aquellos que quiere y lo ves como con su ejemplo de vida es signo de esperanza y oración descubres que estas palabras se hacen realidad, no es teoría, es vida.
No es lugar en tanto dolor para hablar del desastre que supone la alianza de culturas o civilizaciones, es el tiempo en el que los católicos debemos mostrar aquello que debe ser seña de identidad, a Cristo desde la esperanza y la oración por los difuntos que nos enseñan a Cristo en su vida y muerte.
Todo ello nos debe conducir a una doble reflexión, la primera que lo que celebramos estos días tiene que estar lleno de la esperanza cristiana en la resurrección, ninguna muerte se queda sin sentido, cada hermano que se va espera el encuentro con Cristo, pero si además su muerte está rodeada del sacrificio por vivir su fe en un ambiente hostil nos lleva a que no hay mayor amor que el que da su vida por los demás, y el amor es lo que Cristo nos vino a traer, el amor que el Padre nos tiene y que nosotros en nuestra vida tenemos que saber devolverle amando a los demás. Espera para él y esperanza para los que creemos en Dios Padre.
Pero además en nuestra vida cristiana la oración debe ser el motor de todo lo que hagamos, oración que realizaban nuestros hermanos cuando el salvaje terrorismo islamista les vino a visitar, celebraban el sacramente del amor, de la Eucaristía, ellos oraban y oran por cada uno de nosotros y esa oración es la que nosotros elevamos a Dios por ellos, por sus familias, por sus asesinos.
La oración y la esperanza son valores cristianos que deben movernos en estos días a recordar a tantos hermanos nuestros que están dando su vida por su fe y que apenas llegamos a conocer. Sólo cuando vives con alguien que ha perdido a su familia en una guerra, a aquellos que quiere y lo ves como con su ejemplo de vida es signo de esperanza y oración descubres que estas palabras se hacen realidad, no es teoría, es vida.
No es lugar en tanto dolor para hablar del desastre que supone la alianza de culturas o civilizaciones, es el tiempo en el que los católicos debemos mostrar aquello que debe ser seña de identidad, a Cristo desde la esperanza y la oración por los difuntos que nos enseñan a Cristo en su vida y muerte.
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