Publicado el 3 de octubre de 2021 en https://omnesmag.com/foco/evangelizacion/un-ano-de-la-enciclica-fratelli-tutti-que-ha-cambiado/
Cuando hace un año veíamos al Papa Francisco firmar una encíclica a los pies de la tumba de San Francisco de Asís, muchos pensamos que, con semejante bendición, un documento así tendría que ser escuchado por el mundo. Sin embargo, a simple vista no parece que este mundo haya cambiado mucho.
Era
la segunda vez que el Papa Francisco usaba una terminología franciscana para
mostrar, desde las debilidades de nuestro mundo, que la lectura del santo de Asís
nos podía ayudar a vencer el individualismo y el egoísmo que a todas luces
parece mover nuestro mundo, especialmente en la política y la economía y que hace
sufrir a los hombres y mujeres de la calle, que cada mañana se levantan con
ganas de construir su vida y se ven limitados.
La
novedad franciscana es recuperar la idea que siempre rondaba a San Francisco de
Asís que o éramos hermanos unos de los otros o difícilmente podríamos un
construir un mundo de paz. Y para ello se necesitaba el sabernos hijos de un
mismo Dios y una relación directa y honesta de unos con los otros. Y cuando
hablamos del otro debemos pensar en el diferente, el último de la sociedad, el
descartado del mundo y el que tiene una cultura distinta a nosotros pero que
desde la acogida y el respeto se puede dialogar, buscando puntos de encuentro,
sin caer en relativismos modernos.
Una
de las cosas importantes que nos recuerda la encíclica y que las personas de a
pie conocen, es que la vida se conquista cada día. No es algo que se tenga ganado
de una vez para siempre. Las relaciones humanas como los grandes
acontecimientos de la historia, no se conquistan y ya está, o se cuidan cada
día o acabamos volviendo a nuestras viejas malas costumbres. Y nuestra sociedad
se ha olvidado que debemos vivir de la fraternidad para fomentar el alcanzar
nuestros propios deseos y egoísmos.
Hemos
construido una sociedad donde términos como «abrirse al mundo» que en ocasiones
hemos interpretado como escucha y acogida ahora significan no tener miedo a
lanzarnos a un mundo de mercado distinto de nuestro entorno, romper nuestro
mundo de confort para conquistar nuevos lugares y ampliar nuestro mercado, y
así alcanza cuotas de poder, aunque sea en la soledad del que llega arriba.
Unido
a ello, nos encontramos con que la política que debería constituirse en motor
de relaciones y constructora de la vida de la sociedad, se encuentra manipulada
y manejada por intereses económicos, de tal forma que la política sólo sirve
para descalificarse unos a otros, sin ser constructora de relaciones, y lo que
es peor construyendo una cultura del egoísmo que rompe las tradiciones
culturales que han sido capaces de construir una sociedad en relación.
En
medio de este mundo sin una cultura de arraigo nacen los populismos que nos encierran
más en nosotros mismos frente al que es distinto, y sean de la orilla que sean,
estas nuevas organizaciones no piensan en el otro sino en si mismas. De tal
forma que el que debe abandonar su tierra ya no sólo no es bien acogido en
otros países, sino que sin importar las personas son usados como armas
arrojadizas para fomentar una cultura del descarte, tratando de eliminar
socialmente al que no piensa como nosotros.
Desde
nuestra fe, la figura del buen samaritano se hace imprescindible, no sólo para ver
cómo debemos actuar desde nuestra relación con Dios y con el otro, sino sobre
todo porque nos lleva a la necesidad de construir una antropología que tenga
como centro a la persona y sus relaciones con los demás y la creación. Cuando
esta antropología suscita la acogida, entonces conseguimos que tanto exiliado,
que, no es necesario que venga de otros países, sino que se ha instalado en
nuestra ciudad huyendo de la pobreza rural, seamos capaces de integrarlo en la
comunidad social y religiosa, que sea capaz de crear cultura y le lleve a no
sentirse desarraigado, con lo que ello conlleva de negativo para todos.
La
encíclica «Fratelli tutti» nos hace darnos cuenta que, si bien es cierto que
debemos construir nuestro mundo desde la libertad y la igualdad, sin embargo,
no podemos olvidar que la libertad no se basa en el individualismo de hacer lo
que cada uno quiera, y no todos somos iguales, sino que en la diversidad está
la riqueza.
Por
ello el Papa Francisco nos invita a buscar en el diálogo y el encuentro la
mejor herramienta para superar los egoísmos. El diálogo no significa el aceptar
todo lo que se nos propone como válido, sino el buscar puntos de encuentro
entre sociedades y personas. Este diálogo no es ni el que realizan los
políticos echando en caras los defectos del oponente ni el que se produce en
las redes sociales. El diálogo es cara a cara con la persona, reconociéndola
como tal y en aras de alcanzar un bien común.
Todo
empieza desde la sencillez de la familia, que sufre alegrías y sin sabores, pero
que también sabe perdonar y reconciliarse y esa alegría que se aprende a vivir
en la familia debemos ser capaces de aportarla a la sociedad. El perdón no
implica olvidar lo que ha pasado, el que olvida corre el riesgo de volver a
cometer los mismos errores, por ello, no debemos olvidar, para construir desde
las cenizas un mundo de reconciliación y de paz.
Como
señalábamos al principio, el Papa Francisco nos recuerda que la economía no es
mala en si misma, cuantos empresarios en este tiempo de crisis desde una
mentalidad cristiana de compromiso y compartir han cuidado de sus trabajadores
para que sus empresas y la vida de las familias de cada uno de ellos siga
adelante. Sin embargo, hay una economía que debemos denunciar, es la
globalizadora que anula a persona que manipula a los gobiernos y no tiene en
cuenta a los más desfavorecidos, destruyendo el lugar común de cada uno para
construir unos fines egoístas.
Hace
un año de la firma de la encíclica y queda mucho que construir para que podamos
hablar de la existencia de una verdadera fraternidad universal. Pero no podemos
olvidar que los pasos se deben ir dando, que la esperanza es un elemento
fundamental en la vida del cristiano y que ante la adversidad no podemos
dejarnos llevar por los ritmos que nos marca una sociedad enferma que necesita
de las relaciones humanas para sanar y construir un mundo donde todos seamos
hermanos.
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