sábado, 30 de abril de 2011

Recuerdo de un hombre de Dios



Me resistía a escribir acerca de la beatificación del Papa Juan Pablo II, porque de verdad que se está escribiendo de todo y por todo y unas letras más no aportarían mucho. Sin embargo, unas palabras de una amiga que recordaba el viaje de Juan Pablo II a España en el año 1982, me ha animado a hacerlo. Yo pude disfrutar de la Eucaristía que celebró en Valencia con dos amigos que allí nos plantamos, jóvenes todavía con la idea de ser franciscanos bastante lejano de nosotros, si bien dos al final somos franciscanos y ahora compartimos comunidad. Pero algo nos movió a marchar de Albacete a la ciudad del Turia.
La verdad es que no era sólo ver al Papa, que apenas si lo intuimos en el papamóvil y al final de la misa marchó en helicóptero, pero debía haber algo más en todo aquello. Y no cabe duda que era la fe y el deseo de responder a la convocatoria que nos hacía el Papa hasta ese momento lejano a nosotros pero que se acercaba a nuestros hogares, alguien importante venía a visitarnos y a hablarnos de Cristo, de su Iglesia de la respuesta que se nos exigía sin temor y que debíamos dar.
Quien me iba a decir que con los años me encontraría en Roma en su muerte y en la cola de 12 horas que tuvimos que hacer para darle el último adiós pude hablar con todo tipo de personas que concluían que éste era su Papa, el Papa cercano, que no habían conocido a otro, que les visitó en sus parroquias cuando eran niños y se fotografió con ellos, y que les hablaba como un padre diciéndoles cosas que a lo mejor no les gustaban pero que eran necesarias para vivir la fe, y se las decía con cariño, con la contundencia que da creer lo que se dice porque se vive.
En definitiva fue un hombre que supo mostrar sin miedo la necesidad de ser fiel a la Iglesia y que a ella supo atraer a todos, mostrando la importancia de la oración y del encuentro con Dios como hizo en el encuentro interreligioso en Asís, y que no tuvo que ser tan malo cuando su sucesor PP. Benedicto XVI lo ha recuperado, a fin de cuentas como san Francisco, también él sabía que podiamos ver el rostro de Cristo en todas las criaturas y decirles que Dios Padre misericordioso estaba con ellos.

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